y una muerte cercana me involucra
en algún mágico rincón de sombras
canta el grillo durable y clandestino"
No me encuentro no me hallo
no sé
No me resisto
debe ser el calor talvez el frío
No me trago no me paso
parezco mi enemigo
Me pregunto por mí si alguien me ha visto
Jim Morrison me alcanza
con su disco irrompible
Quisiera pedir disculpas
sentarme en la última banca
apagarme como foco
tirar en el ring la toalla
No sé qué hacer con usted
dónde esconderle
No sé sí me comprende pero sé que me rabia
No sé sí me bebe entera con el vino
No sé sí usted me escupe
y le caigo en la cara
Ana María Iza.
Hoy se cumplen 21 años de mi nacimiento. De aquél viernes 30 de septiembre en que apresurada, con más de unas semanas de anticipación fui recibida en los brazos temblorosos y la sonrisa nerviosa de mi mamá. Ya han pasado varios años, y aún esos recuerdos hacen eco en estas murallas: “a esta hora ya habías nacido y yo había llorado toda la noche, mientras estabas en incubadora”, “yo no podía creer el precio de ese parto…” y otras tantas citas de los labios de mis papás.
Bueno, aquí estoy, con esta crisis húmeda y silenciosa, con los recuerdos en cada lágrima, con las voces rozándome la piel y la sabrosa añoranza de esos cumpleaños de infancia, llenos de personas, de abrazos, de regalos y de juegos, ni siquiera había tiempo de aburrirse, ni de lamentar. Los globos, las sorpresas, la torta de mamá y la columna interminable de regalos, que el sólo verlos me hacían feliz.
Con el paso de los años, he aprendido a no esperar nada. Los amigos son contados con los dedos de una mano, las llamadas telefónicas se acotan, los regalos son poquísimos y la compañía se hace imprescindible. Las celebraciones son menos pomposas, sí hay espacio para aburrirse, pero más bien para recordar.
Vivimos del pasado, como aquella película que me hizo estremecer, vivimos recordando el pasado y sonriendo desde él, mis papás están más cansados, entre las canas y las mañas se delatan los años, mis hermanos ensimismados en sus proyectos y en la individualidad, mis abuelos no están, ya no recibo esas llamadas telefónicas lloradas y tiernuchas, ya no se celebran los cumpleaños un soleado domingo en las águilas con las caricias de los tatas.
Sólo quedan los recuerdos de esa niñita de melena, con zapatos ‘mafalda’ y bailarina como ella sola ó de la menor de cuatro hermanos que lloraba con el viejo del saco.
Algo queda, de eso algo queda.
Serán los años, pero la idea de hacer balance me rodea la cabeza, la idea de que estos años no pasen en vano y que la espera de mi cumpleaños sea cada año menos emocionante.
Es cierto, queda tanto por hacer, quedan tantas lágrimas por desperdiciar y tantos abrazos por regalar, quedan conversaciones pendientes y viajes infinitos que emprender, quedan desilusiones y crecimiento. Queda, sí queda.
Espero no desanimarme en el camino, y estos cumpleaños sigan teniendo ese sabor a infancia y perpetuidad.