miércoles, 8 de mayo de 2013

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Soy re mala para describir mis capacidades.
No es que no las tenga, ni las descubra,
sino que simplemente están y las uso,
no las reconozco.
Muchas veces no tengo los huevos (metafóricamente)
para decir: "me la puedo",
sino que simplemente dejo que las cosas pasen
y las enfrento, me las pongo al hombro
y las batallo.
Cuando comenzó mi año académico,
le temía con todas sus letras.
Me espantaba pensar que estaba acabando mi carrera,
y debía vivir la práctica y las evaluaciones,
debía estar en el ojo de la crítica
y de eso dependía mi futuro.
Mi sistema nervioso se manda solo,
hace de mi cuerpo su esclavo
y me dejan como estropajo,
llena de dudas y con lágrimas esparcidas en mi rostro.
Los meses pasan veloces
y ya estoy viviendo todo eso:
ayer fui evaluada por segunda vez en el aula,
como una profesora profesional
y a cargo de un curso.
Escuché detenida y consternadamente los comentarios,
sin poder procesar muy bien toda la información,
todos los estímulos,
las felicitaciones.
Aún no entiendo mucho,
aún no proceso y sólo se me llenan los ojos de lágrimas.
Jorge y mi madre han sido mis grandes aliados,
a quienes llamo a penas salgo del aula
y quienes me ofrecen sus brazos para felicitar mi proceso.
Y a partir de esto puedo decir y afirmar,
que lo que vivo no es tema,
ni siquiera para mencionar,
ni como inquietud.
¿A quién carajo le importa cómo me va en el último año de universidad,
si todo se trata de mi papá y su enfermedad y el trabajo y la plata?
Quizás por eso llore ahora,
porque descubro que mis proyectos son sólo míos,
no forman parte de la felicidad de alguien más,
no son comentario obligado del almuerzo,
no hay brindis,
no hay preguntas,
no hay seguimiento,
no hay llamadas con ese fin.
No hay.
Una vez más vuelve ese sabor a rabia,
porque la enfermedad de mierda se lleva todo,
se lleva mis energías y mi bien humor,
mi felicidad por lo que he logrado,
mis ganas de seguir,
mis instantes.
Desgraciadamente no elegimos la enfermedad,
nos tocó una y ya está,
y a mí me tocó vivir la enfermedad de mi papá,
no quiero preguntar porqué pues no tendré una respuesta que me consuele.
Me tocó estar aquí,
ser la menor,
acumular dolor y rabia como nadie,
y además seguir con mi vida,
¡quiero tener una vida!
Y lucho a diario por eso,
por trazar proyectos que nadie me obligó,
que salieron de mí,
que deseo cumplir,
que en ellos está mi esfuerzo desesperado por vivir
y vivir lo que yo quiero elegir.

Sé que nadie llamará desde lejos o desde cerca para saber cómo me ha ido en la práctica profesional,
sólo sonarán los teléfonos para saber de problemas,
para preguntar por la salud de mi papá.
Y depués de eso esperan que cuente mis cosas,
que les cuente mi vida,
por la chucha que tengo rabia.

DESEO VIVIR.

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