jueves, 27 de enero de 2011

Hace unas seis horas que no salgo de mi cuarto, desde que discutí con mi madre. Cada día descubro que no se puede con ella, sus fundamentos hasta cuando alza la voz, me siento abatida, perdedora, diminuta, pequeña. Al término de cada discusión, no me queda más que caminar y enterrarme en la cama, perpetuar mi cuerpo en las sábanas y si es posible, no salir jamás. Eso he intentado estas horas, hacerme invisible, vivir desde afuera mi dolor, no pronunciar palabras para evitar otras discusiones: es por eso que no he esbozado palabras, no he salido de mi pieza en horas, escucho palabras detrás de mi puerta mientras miro el techo y lagrimeo como niña de 6 años en busca incansable de explicaciones lógicas o imaginarias. Me suenan las tripas del hambre, pero no puedo salir a enfrentarme con la realidad, prefiero mantener el dolor de cabeza que aumentarlo sin medida, prefiero cerrar la boca y tragarme las mil palabrotas que se me pasan por la cabeza.

lunes, 24 de enero de 2011

Comienzo a sanar


Nunca pensé que las cosas estarían así. Jamás he creído en el tiempo, los procesos me ahogan y aniquilan mis ganas, las horas siempre se han hecho eternas cuando debo decidir.

Los meses han pasado lentos, doloroso, me he encontrado con el sin sentido en la puerta de mi casa, es por eso que muchas veces he decidido esperar, aferrada a mi cama y con los sueños truncados.

Aunque casi he vivido sola esas lágrimas, he escondido entre mis manos, he inventado sonrisas, chistes ordinarios para olvidar todo dolor: hay personas que han estado ahí, al pie del cañón, mirándome de frente preparadas para mis caídas.

Estoy sorprendida del paso del tiempo, cómo las heridas se van sanando, cómo sin hacer han pasado tantas cosas, cómo la sola presencia y el amor regalado han sido la receta perfecta para sanar el alma herida.

Hoy puedo decir que las cosas han marchado muy bien, que la ausencia se ha convertido en presencia, que las energías están puestas para que el año sea favorable, por sobre todo aquí dentro.

miércoles, 12 de enero de 2011

El año terminaba


El año terminaba y tú dormías.

Vigilaba tu sueño, el ala rota

que negaba tu vuelo. Fueron horas

en que todo me supo a despedida.

Aquel año yo dejé de fumar.

Naufragó nuestra armada en tu bañera,

me besaste en un cine, ardió la hoguera

que alumbraba mi noche y nuestro altar

Aquel año que empezaba yo era tuyo,

Y mía era tu risa, aquel paisaje

del cuarto en que dormías, nuevo mundo

en que clavar recuerdos y estandartes.

Tu rostro amanecía. Mi futuro

asomaba en tus ojos. Despertaste.



Ismael Serrano.

Depresión intermedia


Acabo de llegar de una experiencia que, la primera vez me dejó con cuerda y energías para todo el año, y ahora necesitaba de esas mismas esperanzas para el año que comienza. Los rostros habían cambiado, muchos habían emigrado a sus tierras, otros tantos habían desistido de esta experiencia, y yo seguía ahí, con el corazón apretado, buscando la esperanza viva que perdí en alguna parte. Me embarqué en la idea de trabajar por otros, de desgastar las horas por quienes necesitan ser escuchados, por olvidarme una vez de mis penas y de mis historia, tragándome lágrimas y frustraciones, pues no había ni tiempo para aquello. Llegué un poco más liviana, aunque sin ganas de volver a Santiago, de reconocer los rostros que me hacen daño, de regresar a la rutina de la desesperanza, de agotar mis horas en algo que no vale la pena, de dormir hasta tarde porque no tengo nada más que hacer. Descubrí que tengo depresión intermedia y que por eso sufro en meses académicos, porque no puedo arrancarme para ahogar mis penas en otro aire o cerca del mar, necesito desprenderme de lo que duele, al menos unos días, perderme en conversaciones vanas y olvidarme de los detalles de aquellos rostros. En unos días más me vuelvo a arrancar, a lidiar con otros desafíos, a seguir escapando de la mierda de este smog y de las calles llenas de dolor.

Somos