No quiero tomar determinaciones. Hoy no quiero decidir por mi, ni por nadie. No quiero sentirme responsable de otras vidas, de otros sufrimientos, de otros dolores o simplemente de otras indiferencias. Ni siquiera quiero sentirme responsable de mis lágrimas y de este cansancio que espanta sonrisas y alegrías. Quiero entregarme a mi cama con la idea de insoportable de escapar, de olvidar y de sanarme de una vez por todas. Quiero calidez, quiero que en mi piel recorran vibraciones y amor, quiero equilibrio y estabilidad, quiero sonrisas y abrazos regalados, quiero iluminación y permanencia, quiero cariños y proyección, sensibilidad y lealtad. No quiero más humillación, más desamor, más esperas, más incomprensión y deslealtad, más indiferencia.
A veces siento que mis castillos de arena se derrumban y con ellos mis aspiraciones, ese amor tan embriagante que se lo llevaron las ausencias, ese sabor a eternidad que tenía todo, esa construcción maravillosa que se la llevó la lluvia, esas sonrisas quebradas y esas alegrías con sabor a reproche. Sólo me queda remojar mi cabeza con agua fría, reparar mi cansancio, reconstruir mis pedazos y armarme de valor nuevamente ante la vida, buscar razones, sanar mi corazón y la piel, putear una y mil veces si es necesario, y cerrar puertas. Iré a golpear la puerta del amor propio e invitarlo a retornar a mi vida.