jueves, 19 de noviembre de 2009


No sabes cómo, ni cuándo, ni mucho menos por qué, solo vivimos.
En la vida nos caemos, al día siguiente sonreímos, cantamos, y disfrutamos de vivir.
Decepcionamos y nos decepcionan, amamos y nos aman, abrazamos y nos abrazan, lloramos y nos hacen llorar, un sin fín de verbos que se hacen acciones a través de individuos racionales.


Sufrimos mucho, y nos convecemos de que la vida es así, agridulce, pero más agria que dulce, nos decepcionamos, lloramos y mandamos todo a la mierda, las veces que sea necesario. Nos mienten, nos engañan, nos ocultan, y nosotros tratamos de verle el lado bueno a la vida, sabiendo que en cualquier momento nos apuñalarán por la espalda, y lo peor de todo, es que es de gente amas, gente que te protege, gente que a diario te mira a los ojos, construyendo una inmensa torre de falsedad, que tarde o temprano saldrá a la luz.


He llorado, he sufrido, he sentido como el corazón se me desgarra de dolor, no sólo por mi propio dolor, sino por el de los demás, por ver como sufren por gente que no vale la pena, o quizás por gente que jamás se lo esperaban.


Es cierto, esto es parte de la vida, es esto mismo lo que nos ayuda a crecer, lo que nos moldea como hombres y mujeres, y crea en nosotros características y matices que nos preparan para una nueva desilusión. Pero ¿por qué cresta duele tanto? ¿Por qué el corazón tiene esa flexibilidad de desgarrarse cada vez que acometen contra nosotros todo engaño?


Hoy lo viví, fuí espectadora de un par de corazones desgarrados, de un culpable, y de un buen corazón. Hoy sentí que el mundo se me vino encima, y ni siquiera era responsable de eso, sino más bien una espectadora pasiva. Escuché, pensé, y no quise actuar, medité y reflexioné una y mil veces aquella pregunta que jamás será respondida "¿por qué", y como una tonta quise responderla, pero no tenía herramientas, ni los recursos necesarios, sólo tenía mis lágrimas, y las de mamá, y unas más, ¿eso era suficiente? Ni aún así. Hay cosas que jamás entenderé, pero me conformo con volver a verlos sonreír, con mirar la sonrisa de esa mujer, y los ojos brillosos de ese tipo que tanto me hace reír.


Con el discurso de vida que escuché de mi padre, me sentí mal. Me sentí una malagradecida, una mujer que no se esfuerza, y las lágrimas caían. Pero me sentí la hija más afortunada, ese hombre tiene un corazón de oro, que ni yo, ni mis hermanos sabemos cuidarlo, ni agradecerlo. Escuché cada una de sus palabras, y las lloré una a una, el fervor y la pasión con la que hablaba me hizo temblar, pero lo escuché, y me emocionó el saber que está aquí, que es feliz con lo que hace, y que su infancia lo marcó para siempre, pues lo forjó, y es el Jorge que todos conocen.


Siento la necesidad de agradecer, pero es tan cursi. Hay cosas que debo mejorar, lo sé, ¿quién no?, pero lo que hoy vale la pena, es que aquellas personas están conmigo, sabiendo de antemano que se irán, como todos, pero hoy por hoy, sonrío por ellos, por tenerlos, por mirarlos, por oirlos, por olerlos, por rabiar con sus sermones, y porque me aman.



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