sábado, 6 de marzo de 2010

La vida y su fragilidad


Con los últimos acontecimientos, hemos podido percibir y experienciar la fragilidad de nuestras vidas, ver que en dos minutos nuestros planes son desechados, porque la naturaleza se hace presente y nos manifiesta su poder, y nos deja en igualdad de condiciones con el otro. Para algunos, una “prueba” de Dios, para otros un efecto natural, para algunos las pérdidas totales tanto humanas como materiales, yo me quedo con la manifestación de Dios en mi vida, mediante ese desastre.
Tuve que contener, que hacer callar y comportarme de acuerdo a la situación, como nunca antes lo había hecho, lejos de mi familia y de mi hogar, a kilómetros del seno materno y con la certeza de que Dios no me abandonaba. Me sorprendí de mí, de mi paz y tranquilidad, de la contención hacia los demás, de mi preocupación silenciosa y de aferrarme simplemente a mi fe. Me olvidé, me olvidé del frío, de mis necesidades, de los planes que teníamos para esas mini vacaciones de dos, que se fueron a la cresta en dos minutos, y que duraron 5 horas, y sólo me quedo ese hombre con los nervios de acero, que estaba completamente quebrado, desesperado, inquieto y atento a cada ruido, a cada noticia, para sorprenderse con ella y morir con cada pérdida.
Luego de 10 horas de estar pendiente de todo aquél que me rodeara, de acariciar, cobijar y acompañar las inquietudes de los demás, me preocupé de mí. Sentada afuera de ese terminal, viendo como las personas corrían tras la urgencia y desesperación, pensé en los de lejos, me dediqué a llorar, a sentir desde lejos todo esto y me dije: “y después de esto.. ¡no te queda nada!”. Aferrada a esa mano tibia, pensé en mi casa, en mis viejos, y a todos los que amo que dejé en la capital: y yo paralizada, fuera de un Terminal, con las lágrimas recorriendo mi mejilla y el dolor me estremecía, ese dolor que desespera, pero que trae consigo acciones y reacciones, matices y sabores de crecimiento… y la gracia de Dios se hizo presente. En unas horas estaba aferrada a los brazos de mi vieja, mientras las lágrimas corrían, pero por fin llegaba de donde salí.
¿Y qué nos queda, cuando la naturaleza nos recuerda lo pequeños que somos?, a la mierda se van esos cuestionamientos, esas preguntas capciosas y malintencionadas, esos prejuicios y juicios, esos enjuiciamientos de amistades fugaces y de amores de día por medio, porque al final aprendí y en realidad, confirmé que Dios está aquí, vive en las murallas de esta casa y de este corazón que hoy escribe, porque todas esas personas que llamaron a mi celular estos días, quienes me escribieron y se alegraron al volver a verme, son el fiel reflejo de que ese amor esperanzador y luchador vive aquí.

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