lunes, 8 de febrero de 2010

Gracias a mi té.




No sé por qué estos días les hecho más azúcar a mi té, quizás para olvidarme de estos dolores femeninos y seguir con mis días, sin que mi poca tolerancia me invada completamente. Postrada en mi cama con el té bendito en la mano, intento divagar en las distintas piezas de mi mente, quise visitar recuerdos, incitar lágrimas hasta incluso borra episodios, cual Joel Barish en el "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos" (película recomendada por muchos, en la que hoy me reflejo más que ayer), de los cuales quisiera arrancar y tirar a la basura, con algunas cartas que guardo sólo por el morbo de aquella mano que fue capaz de escribir semejante estupidez, hace tantos años.


El primer cuarto, era el de la infancia y en la puerta había un cartel que decía: "Abundancia de sonrisas", entre sin pensarlo, el título ya me aguardaba sorpresas gratas, aunque me lleve un triste recuerdo, que no lo tenía considerado. Entre variados viajes, muchos besos y regaloneos varios, no sólo de mi madre, sino además de mi familia, me encontré con dos sucesos que ahora que han pasado los años, cobran sentido y lágrimas. Las pérdidas siempre me han complicado, me dejan con sabor amargo de por vida, considerando que son crecimiento innato. Situaciones como ésta me producen un vacío, al dibujar rostros, últimos momentos, últimas imágenes que dejé perpetuas en mi corazón, y que son parte de mi gran tesoro, pero al mismo tiempo de mi gran dolor. Dos nombres que sellaron esos años, están plasmados en aquella pieza tan iluminada y tan acogedora, dos personas que ya no comparten conmigo esta gran ciudad, que me acompañaron en mi crecimiento, no vieron mis caídas, ni fueron partícipes de mis triunfos, llamados desde lejos con anticipación, a mis ojos, que preparando el camino y la familia para aquella eterna despedida, que Dios me dió la oportunidad de participar con reducidos años.


Cerré la puerta, las lágrimas se me secaban en la mejilla, apreté los ojos con fuerza y suspiré, para seguir el camino, aún quedaban algunas puertas por abrir. El pasillo de mi mente era muy propio, me sentía a gusto, además de ser espacioso y curvo, ni siquiera yo tenía le certeza de dónde nos depararía aquél camino. La siguiente puerta tenía algo que me inquietaba, la frase en la puerta era algo así como: "Caídas, rasguños y ¡a crecer!", no me quedaba más que entrar y sacar fuera aquella incertidumbre e inquietud que me invadía. Cerré la puerta tras de mi, y ahí me quedé, pasmada de tanta lágrima repartida en mi adolescencia (que siento que aún la vivo, aunque los años sigan pasando sin misericordia por mi), tanto amor desparramado a quienes no lo merecían, muchos de los que hoy no son parte de mi acogedor corazón, que jugaron, manipularon y estrujaron el mejor regalo del ser humano: el amor. Me vi entregando y esparciendo mi ternura, sin esperar respuestas, es más.. me conformaba con una sonrisa, un estrechez de manos, un susurro, lo que quedara en los corazones vacíos que me rodeaban. Agotada de las sombras de su amor vago y fugaz, me entregaba a las lágrimas, buscando remedio y consuelo en ellas, de algo que no tenía mayor respuesta que el vacío, la no correspondencia, la falta de sensatez y escucha: de ahí aprendí a regalar mi tesoro a quienes sintiera desde muy dentro que lo valían, que serían compañeros en mis luchas y en mis derrotas, que acogerían con y desde el corazón mis sonrisas, mis abrazos y mi entrega. El resultado de ese cuarto, tenía directa relación con la mujer que está aquí, haciendo bailar sus dedos en el teclado, con una mano en el tazón de café y la otra alzando el cigarrillo a la luna, con ojos vidriosos de tanta emoción y manos cálidas de tanta pasión a punto de explotar .


En ese cuarto me encontré, me vi y me acepté, por fin di aquél paso que tantos años de reproches y cuestionamientos, lágrimas y más lágrimas me costó, di sentido a mis malhumores, colorié mis enojos y embellecí mis letargos, dejé mis verdades tal cual estaban, pues por sí solas tienen un brillo especial, más bien las dejé salir con mayor fluidez, eso era lo que faltaba. ¡Qué proceso más rico y encantador!, tan motivante y tranquilizador.


Aquí dentro desde ahora se vive una paz indescriptible.




Y toda esta reflexión, gracias a mi bendito té.

1 comentario:

NegraNativa dijo...

Creo que me he perdido mucho estos días y entre esas cosas ese recorrido por tu vida y por las cosas que te han marcado.
Creo de todas formas que lo más hermoso es el mirarse desde el final del camino siendo capaz de avanzar y de redescubrirnos en cada paso y no quieta en medio sin saber donde ir.
Eso es grandioso, el cerrar puertas y abrir otras, una hermosa manera de explicitar que los ciclos se cierran y que uno va creciendo aunque no lo quiera.
Un abrazo loca!

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