miércoles, 19 de septiembre de 2012

Afortunada


Le tenía miedo a estos días de festividad en Chile,
porque el año pasado me encerré,
estaba viviendo mi primer duelo (amoroso)
y las lágrimas y el martirio fueron mis mejores amigos.
No quería repetir la historia,
me negaba a pasar todos esos días en mi casa,
creando historias en mi cabeza,
inventando y pensado: "¿qué estará haciendo él?".
Quería estar rodeada de mi familia,
abrazar a mis hermanos, reírnos de la infancia,
comer hartas empanadas y asado,
bailarme unas cuecas,
salir con mis amigos,
saborear el terremoto
y que el viento jugara con mi pelo.
Uno de estos tantos días festivos: me dejé caer.
Me aburrí y me senté a lagrimear con un solo motivo: yo.
Me regalé unas cuantas lágrimas,
pensé en mí y sólo en mí,
pues el resto de los días no había tiempo de,
no había motivos de, 
sólo celebración, familia y baile.

Me sorprendí,
me pillaron de sorpresa,
jamás lo pensé.
Una inyección de energía al ego y al deseo,
al amor propio y al buen humor.
¡Qué manera de reírme!
Y la inyección de energía de mi familia (nunca completa)
vino a ponerle la guinda a la torta,
las risas, los recuerdos, los chistes fomes,
el Clemente y la nueva generación,
la docencia y el gremio familiar,
el futuro y nuestros abuelos.

Estas celebraciones me dejaron más que un resfrío
y mis labios partidos,
entendí que debo seguir sorprendiéndome con la vida,
que la familia sigue siendo el lugar que más cuido y más amo,
que extraño más que la cresta a mi hermano y a mi sobrina,
y que Dios me ha premiado, sin ninguna duda.

1 comentario:

Romina dijo...

Celebremos la fortuna!
Amanda está preciosa.

Me quedé pensando en eso que dijiste de la familia "nunca completa". No sé cuál es tu situación, pero yo te cuento: tengo un tío muy querido, al cual un cancer se lo comió en un mes con 40 años. Cuando nos juntamos él está presente en nuestro pensamiento y es uno más en el brindis

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