martes, 4 de octubre de 2011

Animales


Hay muchas cosas que me emocionan en la vida, diaramente hay algo que me tiene conmocionada hasta las lágrimas,ya sea por el dolor o la felicidad, por el despojo o la soledad, por la empatía o la desesperanza.

Cargo mis emocionalidad como bien preciado, no somos muchos los sensibles, no somos muchos los que sentimos cómo las miradas traspasan el sentimiento.

Considero, esta vez, que lo animales son mi talón de Aquiles, y no sólo mis animales (aunque nunca he creído en la posesión permanente de ellos, pues muchas veces se arrancan, se ven y no vuelven más. Hasta este momento no me ha pasado, incluso con mis gatos), sino con los de la calle, con los de mis amigos, 
con los que aparecen en la televisión, en las películas y en el zoológico (que poco me agradan).

Justo el día de mi cumpleaños (el viernes pasado) fui testigo cómo el instinto animal es más fuerte, cómo el más débil siempre se subyuga al poder de la grandeza y de la violencia. Lulú, mezcla de un cocker spaniel y quiltro, acompañó mis días de insomnio cuando sólo tenía 13 años y desde ese momento se quedó en este lugar, hasta que mi papá necesitó un perro para que cuidara un terreno y allá se fue, sin siquiera despedirnos. Dejé de verla, de frecuentarla, pues la vida pasaba y yo crecía, mientras ella se hacía más vieja y yo olvidaba toda su compañía. A su solitaria vida, llegó la Laica y la Cata, dos perras pastor alemán, mucho más jóvenes y grandotas que ella. Jamás vi peligro en aquello, ni siquiera lo sospeché, hasta que ese día viernes golpean la puerta para decir: "sus perras están matando a la más chiquitita"

Ni siquiera atiné a correr, se lo grité a mi mamá y ya.
Caminé hasta ese lugar y la vi toda sucia, con el cuello ensangrentada y sus ojos tristes, como diciéndome: "me dejaste, aquí estoy", me paralicé y dije: "la Lulú no volverá a este lugar", mientras mi papá con su exageración desbordante me aseguraba de guata que estaba bien. Él molió a palos a las otras dos (no sé porqué tiene animales, si los golpea. Ni siquiera quiero hacer comentario de aquello) y yo corría a la casa llena de invitados con la Lulú en brazos de mamá. Justo cuando me cantaban la repetida canción del "cumpleaños" sentía como ella lloraba a lo lejos, hasta que sangró y no había más remedio que llevarla de urgencia, ¿qué más podía hacer? 

Y allí se quedó esa noche para ser operada, mientras yo me culpaba lo pésima ama que fue y sigo siendo,
y le pedía disculpas a sus ojos tristes y resignados. "La Lulú ya no se murió" repetía el veterinario, al momento en que las lágrimas se me asomaban a los ojos, como saludando el exterior.

¡Aquí está ahora! Amando mi cama, con una operación y su lomo rapado con unos tubos
acompañándole la espalda, con control en unos días y el amor de siempre, si pareciera que en 
casa bienvenida a casa me esperara para disculparme una vez más. Intenta seguir a los gatos 
y apoderarse a la vez de mí.

Quizás no muchos entiendan lo que me pasa con los animales, y no espero explicárselos,
¿para qué? sólo sé cuántos ellos enseñan, cuánto son capaces de amar sin saber hacerlo,
cuánto acompañan y alegran la vida.

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