miércoles, 12 de enero de 2011

Depresión intermedia


Acabo de llegar de una experiencia que, la primera vez me dejó con cuerda y energías para todo el año, y ahora necesitaba de esas mismas esperanzas para el año que comienza. Los rostros habían cambiado, muchos habían emigrado a sus tierras, otros tantos habían desistido de esta experiencia, y yo seguía ahí, con el corazón apretado, buscando la esperanza viva que perdí en alguna parte. Me embarqué en la idea de trabajar por otros, de desgastar las horas por quienes necesitan ser escuchados, por olvidarme una vez de mis penas y de mis historia, tragándome lágrimas y frustraciones, pues no había ni tiempo para aquello. Llegué un poco más liviana, aunque sin ganas de volver a Santiago, de reconocer los rostros que me hacen daño, de regresar a la rutina de la desesperanza, de agotar mis horas en algo que no vale la pena, de dormir hasta tarde porque no tengo nada más que hacer. Descubrí que tengo depresión intermedia y que por eso sufro en meses académicos, porque no puedo arrancarme para ahogar mis penas en otro aire o cerca del mar, necesito desprenderme de lo que duele, al menos unos días, perderme en conversaciones vanas y olvidarme de los detalles de aquellos rostros. En unos días más me vuelvo a arrancar, a lidiar con otros desafíos, a seguir escapando de la mierda de este smog y de las calles llenas de dolor.

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