jueves, 14 de enero de 2010


Hace un tiempo, me entregué a tus besos sin vacilaciones, dejé que tu sabor se apoderara de mi piel y me hiciera parte de ti. Permití que tus ojos me cautivaran y cambiaran la dirección de mis días. Decidí que acompañaras mi caminar y mis días, tomé tu mano, te sonreí y buscamos un lugar para expresarnos sin parámetros y restricciones.
Cada vez que describía a un hombre, según mis gustos, debía ser un hombre inteligente, un tipo cabezón y seco, convencido y atractivo desde su banco. Un cautivador, un loco de patio, hiperventilado, y tierno, pero de esos tiernos que con una sonrisa te dejan volando por horas. Alguien que no planeara los días, que con su olor me cambiara los días y que acariciara mis lágrimas, que me permitiera dejar fluir mis locuras y respetara mis eternos letargos, que le diera color a mis pasiones y apoyara mis tardes soleadas.

Fuiste tú quien sonrío con mis mañas, y quien acompañó en silencio mis lágrimas sin fundamento, quien esperaba minutos de arena que volteara mi rostro, te mirara a los ojos, y por fin te dijiera: "abrázame"

Hemos caminado juntos poco menos de cinco años, bastante coloridos y sabrosos, bien sonreídos y abrazados, matizados, han tenido de ti y de mí, y hemos sabido poner freno a excesos y acelerar las veces en que el amor toma más protagonismo aún. Hoy, puedo decirlo, los años han pasado fugaces, no llevo la cuenta de las veces en que pronuncié palabras de amor, no llevo el peso de años, más bien guardo sonrisas y recuerdos, convivo con un corazón feliz, alegre y espectante. Encantada, enamorada y babosa de lo que hemos contruido, de lo posible que pueden hacer nuestras manos unidas, de la bondad de tu mirar y de la inocencia que guardas con recelo.

Conquisto tu boca como aquél día, y sonrío al anochecer abrazada a tu cuello.

Aún sigues aquí. Quédate conmigo.

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