Regalarme a los demás, me provoca una tranquilidad inmensa, entregarme es algo que no me cuesta hacer, sino más bien la recepción es la que me contiene y confunde, aquellas miradas y distancias que paralizan mis actos, consumen mis esperanzas y destruyen algo aquí dentro.
Mi contención viene desde allí, desde la aceptación de los demás, desde la reafirmación de los otros conmigo, ahí está y se muestra mi estancamiento, mi no avance. Me conflictua el hecho de no desenvolverme, me siento tapada y captada por la tensión, me siento prisionera en mis cuestionamientos constantes, y me aplastan los prejuicios y juicios, matando muchísimo más que una sonrisa.
Las respuestas nunca son lo que espero, siempre hay un matiz que me deja rayada, que sobresale a los demás, y que me envuelve completamente. Siempre queda algo por hacer con respecto a una construcción, y más aún si es relacional e interpersonal, ese es mi motor. Siempre queda algo por dar, algo por decir, algo por abrazar y entregarse por entero.
Me cuesta sentir aquella confianza y lanzarme a la vida con respecto a lo que creo y siento, necesito de aquella recepción adecuada, de la aceptación completa de mi, de la complicidad de las miradas, y del compromiso con el otro.
Escuchar derepente palabras dulces y con ganas de descubrirme, me abren paso.. ese paso que necesito, y que me permite ser. Esas palabras hacen eco aquí dentro, me transforman y motivan, me resultan inquietantes y cautivan aquello que estaba dormido, y perpetuado por mi maldito temor, que me recorre.. ese, mi maldito fantasma.
La apertura y el espacio a los demás, es constante, es permanente, falta hacer uso de aquello, formar algo, hacer una construcción, permanecer y trascender. Queda mucho espacio por ocupar, queda mucho corazón por entregar y mucho muchísimo por regalar.
¡Me alivié, me siento mucho más libre!
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