sábado, 28 de marzo de 2015

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Cuando nos invaden situaciones de dolor,
lo demás se nubla,
se opaca, 
no existe,
se bloquea. 
Intentamos cumplir con la vida,
lo laboral,
lo cotidiano,
lo exigente,
pero nuestro corazón y nuestra cabeza
está allá,
donde están los nuestros.
La mayoría de estos instantes son inmanejables,
ideamos un plan para estar presente en todas partes,
dando lo mejor de uno para los demás,
pero con la idea certera de que debemos permanecer.
Ayer, volé.
No estuve.
Mis estudiantes me vieron, 
pero yo no quería estar ahí,
quería estar con los míos,
abrazar a mi madre,
escucharla y sentirla,
lagrimear juntas y plantear (planear) la vida de ahora en adelante.
Abrazarla y sentir que es inmortal,
que es la única que me queda,
que Dios ha llamado a mis abuelos
y a mis dos tías,
que nuestra familia es pequeña a pesar de la maternidad,
que daría mi vida por tu tranquilidad.
Con la respiración agitada y las lágrimas saltando de mis ojos,
intentando que la serenidad se apiade de mi corazón,
que el abrazo de mamá calme todo el dolor
y me dé la canche de volver a sonreír.
A pesar del susto,
de la enfermedad de mi padre,
de la pérdida de mi hermosa madrina,
Dios me da motivos para volver a creer,
para querer lanzarme a la aventura,
para sortear lo que venga y querer vivir mi vida.

"Corre a mis brazos, te abrazaré
Toca mi puerta y yo te abriré.
Ven a mi casa, te recibiré.
Tengo un lugar para tí, te esperaré.
Déjame amarte, abre el corazón
Conozco tu nombre y todo tu dolor,
yo doy mi vida por tu libertad.
Pérmiteme estar contigo en la eternidad"




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