lunes, 16 de enero de 2012

¡Agradecida!


Soy una convencida de que la vida nos da muchas oportunidades para crecer (aunque sea a porrazos), de aprender y formar lazos, pues sentirse acompañado y respaldado no tiene precio. Pero también nos da dósis críticas y exageradas de soledad y lágrimas, que gracias a Dios, luego se transforman en calidez y confianza fundamentada y arraigada.

Este fin de semana viví un poco de aquello. Me tiraron un balde de agua fría sobre mi cabeza, tuve que procesar demasiada información en unos minutos y armarme de valor para enfrentarlas, para dar explicaciones, opiniones y juicios de todo eso. Hasta que llegué a sentarme frente a un hombre que sabe leer mis miedos y debilidades, con él no puedo ocultarme entre mis convicciones o certezas, sabe llegar a la médula de mi dolor y estrujarme en lágrimas, todo esto con un solo objetivo: enseñarme a vivir. "Tú eres discursiva" - con esa frase me mató, me sentí desnuda, vulnerable, ya no tenía dónde esconderme, sólo pude decirle "gordo, ¡ayúdame!, ¿qué hago?" Aunque quería que me diera una receta justa, algo así como: "tómate un avión, te estará esperando un hombre delgado, de ojos profundos y transparentes, él te llevará a descansar y a sanarte, aprovecha el sol y la lluvia" Pero eso correspondía solo a mi deseo y a mi imaginación, pues sé que los procesos duelen hasta sangrar, para luego sanar lentamente. "Acepta que no vale la pena y jamás te cierres a amar" 

Una vez más sus palabras me dejaron tendida en el estupor, sin poder pronunciar una oración con sentido, sólo atiné a taparme el rostro con las dos manos y detectar cómo el dolor se apoderaba de mis entrañas y de mi pecho. Lo único en que pensaba era en "¿cómo?": "¿Cómo se hace?, ¿cómo se avanza?, ¿cómo se sigue?" Todo mi agradecimiento por sus palabras los sellé con un abrazo y un 'te quiero mucho' bien sentido, pues sé que es una de las pocas personas con las que no puedo fingir, no puedo ocultarme en un discurso sin fundamentos, ni riquezas. Con él soy.

Lágrima tras lágrima recordando el tema y tratando de cerrarlos también. La posibilidad de poder compartir las lágrimas no tiene precio, ver a mi madre con ojos cristalinos sufrir conmigo el dolor de la decepción y la rabia me hicieron sentir completamente acompañada, pero responsable de mis decisiones y "selectiva", aún más. Escuchar a mi hermano, a kilómetros de aquí, diciéndome "tú debes estar tranquila, sabes cómo eres" me confirmó su amor. ¿Cómo no estar agradecida?, ¿cómo desconocer el amor más grande que vivo?

Sí, soy consciente de lo que vivo, de los comentarios, de las caídas, del dolor y de las lágrimas, pero también soy testigo del colchón tremendo que jamás me deja de proteger, de las personas que me acompañan sin cansancio, de los abrazos, de las conversaciones y de la preocupación. El amor que vivo aquí no se compara con nada, ¡es el mejor regalo!

Con esto sé que nada me puede derrotar. 


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