¡Qué semana!

¡Qué semana viví!

Desde el 16 de abril hasta la fecha ha sido

demasiado información, abrí muchos abrazos,

escuché curaderas, hice salud,

me reencontré con rostros, lloré de dolor,

me disminuí, decidí, concreté, reí,

pero por sobretodo me encontré con la cara

de Cristo al final del camino.

En unos pocos días viví lo que en muchos años

me hizo feliz, pero también lo que me hizo caer.

Viví en una cada de seis, escuché las mismas bromas,

los abracé como cuando niños.

Experimenté la Semana Santa como siempre,

desde dentro: trabajando,

pendiente de detalles, no pude detenerme y rezar,

no miré a los ojos a nadie, una vez más no pude.

Me reencontré con rosotros que adoro,

y que hace alos no presenciaba,

me vi regocijada del amor de Dios en ellos,

aún permanece la oportunidad, una vez más,

de recobrar esas increíbles amistades.

Pero también vi rostros tóxicos, que dañan

y que dañaron, que hicieron polvo mi familia,

y que hoy se jactan de pasearse por la vida con orgullo y poder.

Me desplomé, caí en los brazos de mi madre

como el mejor consuelo, lloré, me desesperé,

y esa puta sensación de vulnerabilidad se apoderó

de mi cuerpo.

Ahí estuvo Él, en el cuidado infinito de mi familia,

en el abrazos de mi hermano,

en las lágrimas de mi madre

¡Ahí estabas Tú!

Ayer me diste una luz para resucitar,

me llenaste de amor y de abrazos de quien más necesitaba

Zamarreaste mi dolor para gritarme en la cara

que me amas, que mi fortaleza no está en los brazos

sino en el corazón.

Y que por sobre todo el amor siempre vencerá.

No puedo hacer más que agradecerte,

porque en menos de siete días pasé todas las etapas:

fraternidad, dolor y amor puro.

Me dejaste caer una vez más,

para levantarme contigo,

para resucitar contigo.

No permitas que vuelva a sentor ese dolor paralizante

y desgarrador,

no me dejes caer sin regreso,

no sueltes mi mano jamás..